Con el nombre de ninfas, los griegos agrupaban a todas las divinidades femeninas que poblaban los mares, los bosques y las montañas. Cuando las ninfas se sentían amenazadas, en peligro, renunciaban a su forma humana para salvarse.
Este fue el caso de Dafne, hija del río Peneo. Ella rehusaba casarse con un mortal y hasta con un dios; amaba la libertad. Para ella, el amor era solo una trampa. Sin embargo el dios Apolo la vió un día, se prendó inmediatamente de ella y se lanzó en su persecución.
La jóven náyade huía y, como era una gran corredora, Apolo tuvo dificultad para seguirla. Sin embargo logró aproximársele. Dafne, asustada pero lista a luchar hasta el final, aceleró la carrera, cuando vío frente a ella a su padre, el río. Entonces, gritóle: _ Padre, ayúdame, sálvame!
Inmediatamente un gran entorpecimiento se apoderó de ella y sus pies se enraizaron en el suelo. Una corteza le fué envolviendo poco a poco y le salieron hojas. Dafne había quedado convertida en laurel se convirtió en el árbol preferido de Apolo.
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